El otro día, mientras leía Los vagabundos de la cosecha, de John Steinbeck, pensé en las personas que viven en situación marginal en las zonas más pobres de nuestra ciudad. Esas personas que muchas veces discrimino consciente o inconscientemente.
Que cuando se me acercan en la calle, cruzo de vereda y trato de caminar más rápido. O cuando voy en el auto y los veo en el semáforo tranco las puertas del auto y subo la ventanilla.
Es verdad que algunas de estas personas tienen actitudes que merecen mi repudio y que justifica que haga las cosas que hago cuando los veo. Sin embargo, para tomar una postura más determinante, es necesario ir a la raíz de este asunto.
En Los vagabundos de la cosecha, Steinbeck narra la historia de campesinos que perdieron su trabajo y su hogar como consecuencia de una sequía. Estos vagabundos –como él los llama- son personas que sufren la discriminación -por venir de un Estado o país diferente- y son odiados por su ignorancia, suciedad y sus hábitos.
A medida que avanzaba en el libro, comencé a sentir compasión por estos vagabundos y un rechazo absoluto a las actitudes que tenían a los habitantes de California. Sin embargo, me di cuenta que yo puedo ser un californiano más, pues trato de la misma manera a esos vagabundos uruguayos que no tuvieron las mismas oportunidades que yo.
Al ver el rencor y el odio que sentían esos campesinos debido al egoísmo que tenían los californianos, traté de descifrar qué sienten los vagabundos uruguayos. Seguramente les duele verme con un celular último modelo, mientras ellos no tienen qué comer. También les debe afectar que les diga que estudien, cuando, en realidad, no pueden comprarse ni una goma de borrar.
Pero lo que más les debe molestar es que los ponga a todos en la misma bolsa. Producto de mi falta de apertura, creo que todos son peligrosos, cuando, en realidad, la mayoría de ellos son personas nobles –como sucede con los Vagabundos de la cosecha-, que trabajan la mayor parte del día para poder llevarle comida a su familia.
El libro de Steinbeck no me hizo cambiar de la noche a la mañana. Tampoco voy a salir por la calle a asistir a cada persona necesitada que vea. Pero –al menos- me ayudó a darme cuenta que muchas veces soy egoísta y prejuzgo a estas personas. Sobre todo, me ayudó a abrir un poco más mi cabeza cerrada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario